Una nueva ley: realizar evaluaciones psicológicas antes de prescribir una dieta

Subí algunos kilos, por lo que fui con una nutrióloga. Mi familia me apoyó, al principio fue difícil pero después comencé a tener mayor control, se me pasó la ansiedad por comer y empecé a disfrutar los beneficios de la dieta. La gente me felicitaba porque me veía mejor, más delgada, “¡sigue así!” me decían. Me sentía muy motivada.

En un cumpleaños rompí la dieta. Todos dijeron que estaba bien. Pero al siguiente día no podía parar, me comí todo lo que quedó del pastel, fui por todas las cosas que me gustaban: boneless, sushi, helado. “Al cabo que ya me voy a poner a dieta de nuevo”. Acabé con un atracón, lo que más dolía no era el estómago sino la sensación de culpa: “¡tan bien que iba!”. 

Comencé la dieta al día siguiente, y aunque me había dado un atracón, aun así perdí peso: ¡el nutriólogo me felicitó!. El viernes fui a cenar con mis amigas y pensé: “voy a romper la dieta, ¡total! No me fue tan mal, pero solo un poquito”. Comencé a comer pero no pude parar: “mañana empiezo de nuevo la dieta”. Pero no pude parar en todo el fin de semana, ni siquiera comía normal, comencé a experimentar sensaciones que nunca antes había sentido: perdía el control, me dolía el estómago y seguía comiendo. Comía sin hambre, acompañada de de culpa, frustración, y voces en mi mente que entraban en debate: “debes parar”, “bueno, un poco más y luego paras”, “eres una gorda, cerda, así nunca vas a llegar a la meta”. 

Éste es el testimonio de una de mis pacientes. Puede tener cualquier nombre, porque es una historia que se repite todos los días. En los consultorios de expertos en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) abundan testimonios de personas que desarrollaron algún tipo de trastorno a partir de que iniciaron dietas restrictivas. 

Vemos que los pacientes han experimentado con muchas dietas, impactando su vida de forma negativa. Entendemos que las dietas y la restricción son parte de su existencia. Mucha gente lleva más de la mitad de su vida en una dieta, sin que haya tenido buenos resultados en su salud. Al contrario: sienten depresión, ansiedad, culpa y fracaso.

Las dietas restrictivas pueden detonar trastornos en la personalidad, alimentarios, déficit de atención, depresión y ansiedad. 

Puede pasarle a cualquiera. Con una sola consulta, el nutriólogo no puede saber qué efectos detonará una dieta en un paciente. Así, nace la idea de realizar una evaluación psicológica completa al paciente. 

Nuestro cuerpo es un vehículo que nos acompaña en el tránsito por la vida, no un proyecto en constante mejoría. Pensemos el cuerpo desde la salud, la alegría, el movimiento. Dejemos de sentirnos avergonzadas y avergonzados de nuestros cuerpos y vivamos en ellos en plena gratitud, para que cuidar de nosotros sea un acto integral de amor. Porque no podemos cuidar aquello que no sabemos amar. 


Las dietas mal prescritas a pacientes mal seleccionados cronifican y agravan la situación de la persona, en lugar de ayudarla. Es urgente que nos movilicemos como sociedad para crear entornos con acceso a una alimentación local, suficiente y saludable para todos los niños y ciudadanos; trabajar hábitos que no se centren en el peso; reconciliarnos con la comida nutritiva y regular la oferta de alimentos procesados en escuelas y calles. Como profesionales, es necesario aprender más sobre el estigma de peso, entender mejor la obesidad y conocer los riesgos que implica la restricción alimentaria.

Nos invito a ver nuestro cuerpo como un vehículo que nos acompaña en el tránsito por la vida, y no como un proyecto en constante mejoría. Concebir nuestra relación con el cuerpo desde la salud, la alegría, el movimiento. Dejar de sentirnos avergonzadas y avergonzados de nuestros cuerpos y vivir en ellos en plena gratitud, para que cuidar de nosotros sea un acto integral de amor. Ese es el principio de un autocuidado completo, porque no podemos cuidar aquello que no sabemos amar. 



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