#JusticiaParaFátima



Su inocencia, su pequeña manita, su indefensión, verla en el video caminar hacia el que sería un infierno, imaginar luego su angustia, las horas de interminable dolor, el encuentro cara a cara con la expresión más aguda de la maldad humana. Lo que le hicieron a Fátima y a Ingrid tiene nombre y apellido: se llama apatía y se apellida corrupción. Fátima, Ingrid y Ángel son nombres que los mexicanos deberíamos de pronunciar una y otra vez para no olvidar sus historias de vida, para no olvidar que les hemos fallado a estos pequeñitos. Y pienso por qué les fallamos. Considero que estamos distraídos, que alimentamos la corrupción y que disfrazamos la apatía de prudencia. Distraídos por gastar cuatro horas diarias en promedio en las redes sociales, así de enajenados estamos los mexicanos; día a día perdemos oportunidades para mejorar nuestra educación, para atender las necesidades de nuestros hijos, para formarlos con valores.

En casa es donde comienza a descomponerse el tejido social; los padres ya no permanecemos atentos a nuestros hijos largos periodos de tiempo porque estamos frente a las pantallas, estamos física pero no emocionalmente disponibles para nuestros seres queridos y es en ese momento cuando otros intereses toman lugar, unos mejores que otros y algunos realmente nocivos. La tecnología nos ha dado la inmediatez; ahora todo lo queremos rápido, no toleramos la espera. Y así como echaron rápidamente a Fátima del colegio para que no alterara la dinámica cotidiana de maestras y alumnos, así nosotros también echamos a nuestros hijos a un mundo digital para que no nos interrumpan, para que no hagan berrinche, para que nos dejen descansar de nuestras atareadas vidas. Por comodidad les abrimos la puerta a un mundo digital plagado de depredadores y de peligros.

Sin darnos cuenta, junto con los minutos y las horas, se nos van también los momentos para transmitirles a nuestros hijos oportunamente los buenos valores, para influir en ellos de forma positiva. En un abrir y cerrar de ojos tenemos hijos, niños y adolescentes, que consumen porno, canciones violentas, que son parte de una relación tóxica, a los que les gusta el dinero fácil… y todo porque los ignoramos, así como ignoramos hoy sus vidas digitales. Estar distraídos no sólo afecta a nuestros hijos, afecta a todo aquel que pudimos ayudar. Los actos violentos suceden diariamente, en nuestra cara, frente y dentro de los colegios, dentro de nuestros hogares. Pero no nos damos cuenta porque estamos enajenados, somos indiferentes. Debemos de despertar, volver al acto presente, permanecer, atender, levantar la mirada, observar a nuestro alrededor cuando estamos en una fila, en una sala de espera o al caminar por la calle.


Por otro lado, me doy cuenta que como sociedad no salimos bien librados en la repartición de culpas. Evitamos pensar de qué forma nuestros hábitos de consumo fomentan industrias corruptas; por ejemplo, el consumo de artículos piratas (maquillajes, bolsas, dispositivos de reproducción de streaming, etc.), ver narcoseries o porno, pagar por sexo, sobornar a las autoridades o hacer negocios “en lo obscurito”, comprar facturas, entre otras muchos otros hábitos negativos. Estas industrias suelen estar directamente vinculadas con las mismas bandas delictivas que manejan la trata de personas, la prostitución de niñas y niños y el narcotráfico. Si participas en algo de esto, déjame decirte que tu acción no es inofensiva ni aislada, todo está vinculado y cada vez que lo haces participas activamente en actos tan terribles como lo que le sucedió a la pequeña Fátima.

Además de estar distraídos, estamos demasiado cómodos: quejarnos a través de las redes sociales no está ni remotamente cerca de ser la solución para acabar con este problema. No seamos activistas de sillón. Para vencer la violencia, la corrupción y la apatía, tenemos que tomar acción y abandonar esa “comodidad patológica” disfrazada de “prudencia”. Por ejemplo, el otro día leía a un pediatra que había visto en su consultorio cómo unos padres golpeaban a su pequeño hijo de tres años durante una consulta. Al pediatra le pareció un acto injusto hacia el menor; sin embargo, no les dijo nada, argumentando que tenía que ser prudente, que no podía meterse en el estilo de crianza de los padres y que decirles algo no serviría de nada. El médico solamente redactó y publicó una nota en sus redes sociales platicando lo sucedido, invitando a las personas a que no permitan los golpes en casa, un consejo completamente contradictorio con su reacción en el momento.

Lo que sucede es que disfrazamos la cobardía con prudencia. Ante estos casos de injusticia debemos dejar sí o sí la comodidad y el desahogo fácil que nos brindan las pantallas y exigir cara a cara la protección de los más inocentes, asistir a marchas, apoyar activamente a los diversos grupos que trabajan por estas causas. Pero todo cambio social también conlleva un cambio personal, por eso, además de tomar acción socialmente, te invito a que juntos hagamos un examen de consciencia y renunciemos a los pequeños pero importantes actos cotidianos de corrupción y apatía que llevamos en secreto. Los cambios personales nos dan poder, autoridad y valen más que mil palabras. Hagámoslo para honrar la vida de Fátima y para pedir perdón a nuestros niños por la clase de mundo que les hemos dejado.

Psic. Olga González Domínguez

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