El desafío psicológico de volver a la normalidad


El día de ayer hablaba con una paciente que me contaba que llevaba 96 días en confinamiento con sus tres hijos y su esposo, el trabajo, las compras y hacer absolutamente todo en línea.
Ambos podían estar en confinamiento al 100%, por lo que no tuvieron necesidad de salir ni siquiera a la farmacia y se las ingeniaron para estar en casa, mediar los conflictos entre los niños y salir a caminar alrededor de la cuadra. Además, ambos ven las noticias frecuentemente y están bien enterados del COVID.
Al principio, a ella, la noticia de quedarse en casa, con los niños, sin ayuda y con un montón de trabajo le pareció un desafío tremendo: se quejó y lloró amargamente, pero al cabo de tres semanas, ya se había adaptado.
Trabajamos en terapia todos estos temas, así que aceptó su nueva realidad, bajó sus expectativas y poco a poco, se fue adaptando hasta que ella y los niños se sintieron más relajados, había mayor convivencia familiar, y todos comenzaron a disfrutar de haber bajado el ritmo.
Las terapias ya no eran necesarias, pues la rutina había tomado su lugar de una forma positiva, hasta que hace unos días tuvo que salir por un tema urgente del trabajo que requería su supervisión en persona. Y aunque al principio tenía miedo de salir, se preparó bien en sus cuidados, tomó el coche, manejó, puso música e hizo su pendiente de forma exitosa. 



De regreso a su casa, mientras manejaba, comenzó a tener algunas experiencias desagradables: vio personas en la calle que no usaban cubrebocas, o que lo traían mal puesto, el ruido de los coches le pareció exagerado, y de pronto el sol y la luz le pareció demasiado.
Así que nuevamente se encontró ante el dilema: “quiero salir pero no quiero dejar de estar con mi familia, pero no quiero contagiarme, pero no quiero hacer corajes o ver con mala cara a quien no se cuida ni quiero reclamar a los que siguieron con sus vidas, mientras yo me esforzaba por mantenernos a todos a salvo. Quiero volver pero no sé cómo le haré para hacer tantas cosas al mismo tiempo ni por dónde empezar o cómo hacerlo”.
En la columna anterior hablamos acerca del síndrome de la Cabaña y de cómo el adaptarnos a ciertas condiciones de vida nos hacen sentir que no podremos lidiar con otras, pero para dar continuidad al tema, es importante que sepamos que para poder salir e integrarnos a la cotidianidad tendremos que hacerlo al igual como entramos, es decir, con un proceso paulatino.
La buena noticia es, que podemos ir preparándonos de una vez para la nueva normalidad. Primero, habremos de elaborar un duelo para dejar una etapa y pasar a la siguiente.
Una opción es reunirse en familia para escribir una experiencia positiva que tuvo el confinamiento y algo que deseen recuperar al salir de él. Los papelitos se agregan a una lista de hábitos valiosos que surgieron por el confinamiento y luego, convertirla en un plan para conservarlos lo más posible.



Otra forma de prepararse es, por ejemplo, hacer un plan para levantarte 20 minutos antes de lo normal, de esa forma vas recorriendo el horario una hora a la semana hasta que puedas levantarte a la hora normal.
Se trata de irnos acercando poco a poco en tiempo, dinero y esfuerzo a nuestras actividades para retomarlas de una forma más corta y mucho más suave que el quererlo hacer de un día para otro.

Psic. Olga González Domínguez
escribeme@olgagonzalez.mx

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